viernes, 14 de agosto de 2020

KIRLIANIT CORTÉS: EN EL PINÁCULO DE LAS GRANDES ESTRELLAS

 LA CALLE REAL

Armenia, agosto de 2020

KIRLIANIT CORTÉS

EN EL PINÁCULO DE LAS GRANDES ESTRELLAS




Si de referencia artística se quisiera hablar en Colombia, no hay duda de que Kirlianit Cortés está en la primera línea de los tenores que han arrancado aplausos en los más exigentes escenarios del mundo.

 

Nació en Montenegro, Quindío, pequeño pueblo del occidente colombiano, en medio de las breñas agrestes de esa geografía bucólica donde la naturaleza es un privilegio que premia a sus gentes y que las dota, como en el caso del maestro Kirlianit, de una personalidad arrolladora, por la necesidad que tienen de abrirse horizontes y pensar que el mundo es tan amplio que con solo sentirlo en las distancias genera una vocación de trotamundos. Ese ha sido el sentido de vida y del arte de este maravilloso ser que, habiéndose vuelto hijo ecuménico de la humanidad, no se resiste a recordar a cada instante sus raíces, las que mantiene en una vívida permanencia en las cincuenta horas diarias que necesita para curtirse día a día en sus exigentes menesteres.

 

Su vocación de líder artístico viene de una familia que le  entregó la formalidad en su preparación académica con su soplo inmanente de espiritualidad, esa donosura humana que acera la personalidad de los grandes. Tuvo a bien desde muy temprano rodearse de compañeros que querían el mismo rumbo del arte musical y conoció, como un sino preestablecido, a profesores que le encontraron su virtuosidad y que jamás dudaron en encaminarlo, sin ningún peaje, por ese rumbo que lo tiene hoy en el pináculo de las grandes estrellas. Se debe recordar, entre otros, a los profesores María Teresa Mendoza y Bernardo Sánchez, quienes inspirados en la gracia exultante del talento y la dedicación del párvulo de entonces, empujaron ese diamante en bruto que poco a poco y dada su ejemplar disciplina pudo saltar con pasos agigantados los obstáculos que, como él mismo admite: “he tenido muchos éxitos pero también muchos fracasos”. Preciso es lo que necesitó un ser humano como el maestro Kirlianit Cortés para consolidar su estatura artística.

 

Como persona, es de una sencillez extrema, reservada a los elocuentes y sus retozos, recordando el viejo billar, la cancha de fútbol o la barra esquinera de su pueblo natal. Son momentos gratificantes que le dan un brillo especial a sus ojos en las remembranzas.

 

Su paso por la Universidad de Antioquia, uno de los centros superiores más calificados de Colombia, le dejó una huella en sus calificaciones profesionales, pese a los tropiezos de los conflictos de la universidad pública pero que jamás lo amilanaron y, por el contrario, lo indujeron a liberarse y volar sin barreras a los extremos del mundo, comenzando por la fría capital colombiana, donde aún se le recuerda una bella foto de antología con su colega mexicano, el gran Fernando de la Mora, con quien en la Ópera de Colombia se metió en la dramaturgia de Borsa con la Ópera Rigoletto de Giuseppe Verdi.

 

Pregonó con estilo propio y llenó de alegría y entusiasmo a grandes auditorios colombianos de concursos, especialmente de música andina, donde se llevó los más importantes  trofeos. Todo eran triunfos. Pasta fina de arte moldeado por su voz.

 

Cuando el pequeño solar nativo se estrechó, pensó inicialmente en Italia, cuna de las grandes expresiones de la ópera, y saltó el océano, directo a la península.

 

Así comenzó el trajinar, codeándose con lo más granado del Bel canto y alcanzando una estatura como tenor lírico de reconocida significación, que aún hoy resuena en los grandes templos de la exquisita dimensión de Austria, Italia, Japón, Estados Unidos, entre otros.

 

El maestro Kirlianit Cortés tiene una dimensión difícil de entender y, cuando los críticos más afamados del mundo lo veían sin duda alguna en la Metropolitan de Nueva York, la Scala de Milán o en la Ópera Real de Versalles, su trono se despejó de dudas y se encamino hacia unas raíces que permanecían inmanentes. De un solo tajo y sin pedir permiso salió airoso hacia la docencia musical. Su hermana Luz Lahiri, samaritana de la vida y excelsa conductora, le entendió y ayudó al aterrizaje sin sobresaltos en su máxima ambición dentro del arte.

 

Ya en Austria, dedicó su tiempo a la educación con Superarte, un programa sobresaliente por lo humano que lo afinó profesionalmente y lo catapultó a ser Kapellmeister de los Cantores de Viena, el coro más antiguo del mundo.

 

Sueño hecho realidad.

 

El maestro Kirlianit Cortés Gálvez es hoy uno de los más reputados directores del mundo. Oh, Gracia infinita!

 

Pero quedan pendientes.

 

Nunca ha olvidado las entrañas de su patria y recoge junto a su esposa y sus hijas, con quienes vive en Austria, arrullado por las notas cercanas del Danubio, esa magia que sirvió de inspiración a Strauss, los mejores cantos campiranos o de carrillera, como se conocen en su país de origen, para solazarse con Darío Gómez, a quien llevó cuando emprendió su periplo por el mundo hace ya largos veinte años, dentro de su maleta, con un disco doble que permanece intacto y que evoca que el ser humano jamás será eterno.

 

En esas noctámbulas disquisiciones, el maestro Kirlianit piensa, por qué no, parado en el Teatro Colón de la capital colombiana, retomando sus ancestros con una sinfónica y poniendo en lo más alto de su registro vocal la música del Rey del despecho.

 

Se sabe que, aunque el ser humano tenga la mortalidad rondando por cada esquina, Kirlianit Cortés, a pesar de que Nadie es eterno en el mundo, ya lo es, gracias a su arte.

 

 

Agosto de 2020

 

Gilberto Montalvo Jiménez

Periodista colombiano


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