LA CALLE REAL.....EL BAR LA 41
EL BAR LA 41
EL ÚLTIMO REFUGIO DE LA BOHEMIA CALARQUEÑA
Gilberto
Montalvo Jiménez
Ahí en una
de las esquinas paradigmáticas de Calarcá aun subsiste el Bar La 41 un
rinconcito bohemio que por 65 años ha estado a disposición de los grandes
melómanos de la Villa del Cacique aunque
no han escapado notables de Armenia y
otros municipios que han sido fieles a la atención de Arturo Ossa Castaño, un
gentilhombre que se la pasado entre discos, picós, decks, casetes y en fin todo
lo que debe haber en un sitio donde la música vieja y de colección es patrimonio apetitoso para los amantes de esos
temas que ya ni en Transmisora Quindío se escuchan.
Era, por lo menos hasta los años setentas su
competencia más identificada la Tienda El Aguacate, en el 20 de Julio, donde
también se escuchaban en medio de bultos
de papa y racimos de plátano las viejas canciones del recuerdo.
Arturo fundó primero en la carrera 17 con calle 41
una miscelánea después de pasarse cerca de 25 años en la ferretería Lusitania y
en El Americano vendiendo los insumos con que se fue estructurando las modernas
casas de la Villa del Cacique.
Quienes hoy tienen más de setenta en las costillas
recuerdan al joven Ossa despachándoles puntillas, bisagras, cemento y adobes
para cuanta construcción o arreglos se atravesaba en el Meridiano Cultural de
Colombia. Así le llamaban, recuerdos apenas.
Una vez los clientes se consumieron el arroz, la
manteca, las papas y el petróleo para las estufas de vaso de vidrio y las
cuentas se fueron acumulando en un viejo cuaderno de escuela y nada que se
recuperaban los denarios, Arturo decidió de un tajo ponerse a vender guaro,
cerveza, ron y gaseosas para el servicio de los clientes de todas las
condiciones pero muy especialmente de quienes se insinuaban en la mecánica para
carros viejos en los alrededores de Versalles.
Arturo creó fama por la exquisitez en el manejo de la música de entonces y
que aún conserva como un tesoro solo
comparable con el de Antonio Manrique el médico ginecólogo que ha llenado su
exuberante casa del norte de Armenia de viejas pastas de LP y de muchos 78 rpm.
Se identificaba entonces- y hoy también -a Arturo
por su cortesía, buenas maneras pero le resultó en algún momento una
competencia difícil de capotear: la tienda de Arturo Marín Quintero, el otro
Arturo, en la esquina frente al hospital La Misericordia, coleccionista de
campanillas.
Los tocayos se confundían por parte de algunos
visitantes porque ambos tenían muy buena música, atendían bien y se llamaban
Arturo. Muchas veces los bohemios no sabían para dónde cuál Arturo iban pero al
final donde llegaran se sentían cómodos como en casa.
Pese a que a menos de cien metros de colegios o
escuelas no puede haber un bar en la calle
41 con carrera 17 frente a la escuela Santander está El Bar la 41 que
abre religiosamente a las tres de la tarde todos los días, menos el domingo,
pero que es tan cauteloso el sonido de la música que pasa imperceptible y los
alumnos del tradicional centro educativo no se dan por enterados.
Convivencia solidaria y sin sobresaltos.
El disco más viejo de 78 que aun suena en un viejo
tocadiscos con aguja de puntilla es “Que Viva Rojas Pinilla” grabado hace
tantos años por Los Trovadores del
Recuerdo aunque “Casa de Teja” es un incunable
interpretado por los Rumbancheros, unos ecuatorianos de quien ya nadie
se acuerda.
Héctor Chica Ospina, el papá del juez de Sevilla en
el Valle, desde que oficiaba como policía, se encariño del Bar la 41 que
incluso le tocó vivir los encantos de un
fantasma que rondaba por los alrededores de la vetusta casona y que fue
ahuyentado gracias a las oraciones que encargó a sus familia para tranquilidad
de Arturo y su clientela.
Julián Ortiz el clásico tiplista cafetero no salía
del bar de Arturo Sosa hasta un día que cogió de manera catastrófica un viejo
instrumento propiedad del dueño de casa y lo destruyó contra la humanidad
de un contertulio. El tiple quedó hecho añicos y el cliente se perdió para
siempre.
La vieja máquina Remington que aun registra los
billetes y monedas de los casuales clientes sigue campante después de que fuera
comprada a Josué Álvarez Maya en Armenia el 2 de febrero de 1971 en estricto
contado por seis mil pesos, en medio de 2.000 vetustos 78 rpm y otros cuantos
L.P.s, más cinco centenares de viejos casetes en donde están acumulados temas
musicales de diversa índole y en los cuales el viejo Arturo, hoy frisando las
84 bellezas encuentra los pedidos de los contertulios sin inmutarse.
Muchos han pasado por el Bar la 41 de Arturo Ossa,
incluso Alberto Marín quien en uno de los rincones atropellado por el
infortunio decidió escribir una carta de despedida porque quería viajar al otro
mundo. El potencial suicida terminó con su testamento alicorado y se fue al
baño para la decisión final con tan mala
suerte para él que se quedó dormido y se le olvidó de contera que su destino era irse a mejor vida. Arturo
lo rescató y cuando fue sorprendido por el
anfitrión poco recordaba del trance que hubiese podido llevarle a mejor destino.
Un viejo Radio Phillips, el tocadiscos New Yorker
siguen ahí esperando las nostalgias de Los Trovadores de Cuyo, el Conjunto
América o las hermanas Villarreal pedidas sin angustia por Manolete, el viejo
Josué Silva Medina, quien hace 50 años no deja de beberse unas polas en el Bar
la 41 de Arturo Ossa.
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