RECUERDOS DE UN AMIGO...ANTONIO JOSE CABALLERO Diciembre 17 de 2013
Recuerdos de un amigoANTONIO JOSÉ CABALLEROEL BACÁN DE LA REPORTERIA
Gilberto Montalvo Jiménez
Antonio JoséCaballero
EL
BACÁN DE LA REPORTERIA
Gilberto Montalvo Jiménez
Si la esencia del periodismo es la reportería
Antonio José Caballero fue el reportero
por excelencia. No había tema que le fuera vedado y se afinó como experto en vaticanismo con
sus extrañezas, entretelas y fulgores. La elección de los papas, ese entramado
de pulsos de poderes era su fuerte.
Juan Harvey Caicedo, su hermano del alma, le confió
el remoquete de Terciopelo, el que llevaba sin disimulo porque hacía honor a su
temperamento de volcán, sin embargo Antonio le sacaba partido en los momentos
de euforia para atribuirse una manera de ser
apacible. Pero vaya turbulencia. Era un señor a carta cabal con un fino
sentido del humor que solo resignó un día antes de su muerte cuando de nuevo
apagó el móvil para que nadie le llamara. A Juan Gossaín, su mejor amigo, le
dejó un mensaje de texto horas antes de su escapada diciéndole que no aguantaba
más.
Fuimos amigos entrañables con Gustavo Moreno, César
González y Jorge Iván Salazar, en este Armenia que quería y disfrutaba con
pasión. Cuando a los asesinos mandaron al otro lado a Cesar fui el encargado de
avisarle: silencio profundo y expresión lacónica de pesar. Respiración
detenida.
Toño Uribe, el otro Antonio, fue el encargado de
revelarnos que Antonio José había caído en las garras de un carcinoma
definitivo que invadió sin misericordia
el hígado y su páncreas. Nada había que hacer hace siete meses la condena
a muerte era definitiva. No paró un instante, aunque sus compañeros le pedían a
diario un descanso no dejó un minuto de pensar en que había que alimentar el tiempo de su
carrera fulgurante de reportero tenaz.
Ya en poder de la extrema realidad me encontré en
el Zaguán de San Antonio un elegante restaurante del viejo barrio caleño una
fotografía de Antonio José junto al cardenal Ratzinger, cuando aun no era papa.
El periodista lucía un buzo de cuello de
tortuga negro que hacía juego con su testa cana dándole un aire reverencial de
cura tras el púlpito. Le hice bromas por el correo pero ya estaba en la Clínica
del Valle del Lila esperando la agonía que se prolongaría por siete largos
meses.
Cuando el reverendo alemán, el mismo de la
fotografía, sería declarado el rey de la grey católica del mundo, en Roma
apostado a un lado de la Sixtina estaba con Néstor Pongutá el reportero de
Colombia, Don Antonio José Caballero. A las siete y cinco minutos de la noche
colombiana dio el grito de la Fumata
Bianca. Habemus papa. Tres veces completaba aquella oportunidad de estar en ese
ajetreo donde se sentía como pez en el agua anunciándole al mundo la bienvenida
del nuevo sacratísimo. Y cinco una vez más cuando Bergoglio se robó la voluntad
de los cardenales y los puso de hinojos
para proclamarlo el nuevo pope y
Caballero volvió a gritar emocionado: Habemus papa.
El mundo lo escuchó.
Todos los rincones de Colombia tuvieron a Caballero
paseándose como Pedro por su casa, El ventero de rellena en una calle de Ibagué
o la dueña de un prostíbulo en Zipaquirá o el golpe de estado frustrado a Chávez en
Venezuela o su clemencia a los bandidos
en las noches dominicales a través de su casa en RCN para que soltarán a los
secuestrados fueron sus calculados pasos del buen periodismo en este país.
Nunca le oyeron los bandoleros. Aunque se dio el guarapazo de tener frente a
frente al mecenas de Tirofijo por los años setenta cuando aún no había ordenado
matar a las más de cien mil almas que han sido pasadas por las armas de sus
justicieros. Quién sabe qué le diría, poco importa.
Una noche de tantas venía del entierro de mi madre
en Tuluá y me encontré con Moreno, González y Salazar, a un lado una silla
esperaba a un amigo, entró raudo al momento en la oficina del alcalde cívico y
deportivo el viejo Toño, se despachó con las generosidades del compañero que
acababa de perder al ser más amado y guardó respeto por el momento como si se
tratara de un caso para sí y de sí.
Ese era Antonio José un caballero en todo el
sentido de la palabra, buen amigo, bon vivant, amante de la bohemia, las chicas
de vaudeville y un enamorado de la soledad personal, esa intimidad que
cuidó tanto, aunque afuera el mundo se
le volvía una multitud que le cabía en el corazón. Suerte marinero de las
saudades, de la Sonora Matancera, de
Tito Rodríguez, de Daniel Santos y Tito Puente, del Trío LA Rosa y Matamoros
por aquí nos dejaste por unos momentos. Mi compadre Paché Andrade está llorando
también, eso me dijo esta mañana en contacto espiritual. Yo no te lloro, te
exalto solo te pido que me saludes a
Juan Harvey.
Armenia, diciembre 17 de 2013
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