miércoles, 6 de enero de 2016

LA CALLE REAL....A UN AÑO DE LA MUERTE DE HERNANDO FAJARDO






A UN AÑO DE LA MUERTE DE HERNANDO FAJARDO MOLINA
RECUERDOS DE UN GRAN SEÑOR

LA CALLE REAL


Armenia enero 5 de 2015


EL NEGRO FAJARDO



Gilberto Montalvo Jiménez


Hace unos meses ya se le veía cansino con andar lento pero su mirada vivaz y su verbo espontáneo como siempre.

Antes que pontificar era maestro en preguntar con asombro sobre el acontecer de la ciudad que amó con todos sus tuétanos. Le dolía Armenia como seguramente en sus últimos días fueron insoportables las dolamas por  las penurias de su enfermedad terminal.

Hernando Fajardo Molina es un ícono, así en presente, porque su civismo brotaba con espontaneidad infantil.

Recuerdo que Rodrigo Gómez Jaramillo se dolía antes, también, de su partida, de la muerte del civismo de esta cara ciudad, el mismo que  fluía antes con la entereza y el vigor de los que daban todo a cambio de nada.

El Negro lucía con orgullo su peto y el quepis adornado de distinciones de su Club Rotario.

Diletante de esquina nunca tuvo las pretensiones académicas de sus ilustres hermanos, Eduardo y Gustavo, señores de alta estirpe, sino que hizo de su sencilla personalidad una especie de samaritano andante que huía de los protocolos para meterse en el mundanal ruido de  la 21 para atender  con inusitada paciencia a todos los que le requerían.

Emblemático, Hernando justifico su permanencia de 85 años en su terruño con el solo hecho de haber sido un ciudadano ejemplar.

Su ilusión de hace años del famoso Festival Aéreo  puso a Armenia en boca de especialistas o no de todo el mundo, sin un peso lo inició, solo con la voluntad de un guerrero que añoraba que su ciudad retumbara y formara eco en el concierto del mundo sin necesidad de extravagancias.

El Negro era de un talante tal que jamás desistió de su flamante Willys 51. Lo mantuvo como un crisol y su santísima virgen, la sacramental figura de la madre de Cristo, era la pasajera única en el planchón de su  Jeep para cuanto acto litúrgico se le convocara.

Su viejo Mazda en desuso era su instrumento de transporte sin más pretensiones que pudiera moverlo hacia su fundo campestre con 20 mil pesos de gasolina.

Condujo sus vetustos cacharros en medio de la lujuria de los novedosos automóviles que hoy andan por la villa de Tigrero.

Hace unas semanas su amigo del alma, el popular Lumumba, notificaba a sus cercanos, entre los que me conté, del inminente final del Negro Fajardo.
Hernando se fue de este terreno estéril y mundano pero queda su significativa impronta de haber sido un ícono y un ciudadano ejemplar. Qué más le pudo pedir a este tránsito fugaz.




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