LA CALLE REAL....A UN AÑO DE LA MUERTE DE HERNANDO FAJARDO
A UN AÑO DE LA MUERTE DE HERNANDO FAJARDO
MOLINA
RECUERDOS DE UN GRAN SEÑOR
LA CALLE REAL
Armenia enero 5 de
2015
EL NEGRO FAJARDO
Gilberto Montalvo
Jiménez
Hace unos meses ya se
le veía cansino con andar lento pero su mirada vivaz y su verbo espontáneo como
siempre.
Antes que pontificar
era maestro en preguntar con asombro sobre el acontecer de la ciudad que amó
con todos sus tuétanos. Le dolía Armenia como seguramente en sus últimos días
fueron insoportables las dolamas por las
penurias de su enfermedad terminal.
Hernando Fajardo
Molina es un ícono, así en presente, porque su civismo brotaba con
espontaneidad infantil.
Recuerdo que Rodrigo
Gómez Jaramillo se dolía antes, también, de su partida, de la muerte del
civismo de esta cara ciudad, el mismo que
fluía antes con la entereza y el vigor de los que daban todo a cambio de
nada.
El Negro lucía con
orgullo su peto y el quepis adornado de distinciones de su Club Rotario.
Diletante de esquina
nunca tuvo las pretensiones académicas de sus ilustres hermanos, Eduardo y
Gustavo, señores de alta estirpe, sino que hizo de su sencilla personalidad una
especie de samaritano andante que huía de los protocolos para meterse en el
mundanal ruido de la 21 para atender con inusitada paciencia a todos los que le
requerían.
Emblemático, Hernando
justifico su permanencia de 85 años en su terruño con el solo hecho de haber
sido un ciudadano ejemplar.
Su ilusión de hace
años del famoso Festival Aéreo puso a
Armenia en boca de especialistas o no de todo el mundo, sin un peso lo inició,
solo con la voluntad de un guerrero que añoraba que su ciudad retumbara y
formara eco en el concierto del mundo sin necesidad de extravagancias.
El Negro era de un
talante tal que jamás desistió de su flamante Willys 51. Lo mantuvo como un
crisol y su santísima virgen, la sacramental figura de la madre de Cristo, era
la pasajera única en el planchón de su
Jeep para cuanto acto litúrgico se le convocara.
Su viejo Mazda en
desuso era su instrumento de transporte sin más pretensiones que pudiera
moverlo hacia su fundo campestre con 20 mil pesos de gasolina.
Condujo sus vetustos
cacharros en medio de la lujuria de los novedosos automóviles que hoy andan por
la villa de Tigrero.
Hace unas semanas su
amigo del alma, el popular Lumumba, notificaba a sus cercanos, entre los que me
conté, del inminente final del Negro Fajardo.
Hernando se fue de
este terreno estéril y mundano pero queda su significativa impronta de haber
sido un ícono y un ciudadano ejemplar. Qué más le pudo pedir a este tránsito
fugaz.
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal