LA CALLE REAL... RECORDANDO A MUTIS
LA CALLE REAL
Recordando a Mutis
Armenia, febrero 7 de 2016
Álvaro Mutis
EL GAVIERO
SALTÓ AL INFINITO DE SU BUQUE EN ALTAMAR
Gilberto
Montalvo Jiménez
Y se fue…
voló al infinito cuando saltó de su buque el Gaviero sin inmutarse dejando
atrás 90 años de existencia paradójica entre las mieles del Rey sin
corona y las lúgubres noches de prisión en Lecumberry.
Los excesos
del bon vivant para acariciar las veleidades de sus amigos de cultura lo
llevaron indefectiblemente a un exilio tenaz de confinamiento por siempre
en el D.F. pasando por el rigor de un carcelazo que le permitió el tiempo
necesario para esculpir con maestría sus inclinaciones poéticas y su
magistral manera de escribir en elocuente prosa sin medidas ni
distancia de la hermosura de su pluma de dandy culto.
Atrás quedó
el encanto por Félix Mendelssohn cuando por cinco centavos entraba a la
Biblioteca Nacional en Bogotá a leer con desenfreno los clásicos, no importara
que al lado estuviera un desconocido Gabriel García que se hacía el pendejo
ante la exuberancia del imponente Gaviero en gestación.
Encantador
por naturaleza con su traje de chaqueta gallineta, zapatos de goma de marca
italiana y unos pantalones ocres tan largos como su compostura atlética le
daban un aire imperial que se juntaba a su voz de barítono, la misma que
aun sesenta años después, identifica a la HJCK, la emisora de su íntimo
Álvaro Castaño Castillo.
Sibarita de
línea moderada anduvo caminando por el mundo sin importarle que en Bruselas de
la mano de su madre se perdiera, por horas, a los tres años ante la
impaciencia de sus familiares y el esperado reencuentro, sin importarle un pito.
Clásico en
todo, incluso, para enamorar discretamente con su mirada de marinero triste en
puerto desconocido con un vaso de coñac que escanciaba con ternura extrema
recordando las viejas historias de la finca familiar en Coello en el Tolima
ancestral donde dejó colgada alguna vez una hamaca de lino que usaba para
mantenerse en forma de galán contumaz.
Idílico su
Maqroll, igual a su progenitor de nariz aguileña extrema y cejas pobladas de
turco terrígeno, que transportó sus querencias y nostalgias de puerto en puerto
entre la frontera de vivir o morir, dejando siempre la impronta del marino
itinerante hasta llegar al anclaje seguro de una muerte tranquila cuando un
impulso traicionero a sus noventa le pegó directo en el corazón debilitado por
la acumulación del amor eterno por sus amigos. Aunque al decir de Carmen
Ballces los poetas de su dimensión no mueren, se transportan a otras
dimensiones, a ese infinito que hoy lo tiene en el éter desconocido.
Este
militante de la buena vida consideró inútil hablar de la muerte porque era
menester mantenerla a distancia o por lo menos controlada, control que le
mantuvo en lejanía hasta este 22 de septiembre cuando lo llevó a las
instancias superiores de la nada.
El pasado 25
de agosto, día de su cumpleaños, con su habitual parquedad en las entrevistas
los periodistas de la W, entre ellos su amigo Alberto Casas, no pudieron
sacarle más que unos lacónicos monosílabos que entraban en las ondas de radio
como una distancia indescifrable. Se confirmaba de manera absoluta su
irremediable rechazo a hablar de sí y menos con la intangibilidad del
teléfono. “Sólo mirando a los ojos puedo entretenerme con mi interlocutor”,
decía apacible.
Cuando de su
vida al lado de la diplomacia paterna llegaba en barco a Buenaventura se
enamoró irremediablemente del mar que iba evocando en su periplo desde el
puerto del Pacífico hasta Coello pasando por el departamento del Quindío, el
que quedó grabado en la mente del Gaviero como esculpido en mármol. No
por menos Gabo, su amigo del alma, relató en el prólogo de la Mansión de
Araucaíma que Mutis:
“En Roma, en casa de Francesco Rosi, hipnotizó a Fellini, a Mónica Vitti,
a Alida Valli, a Alberto Moravia, a la flor y nata del cine y de las letras
italianas, y los mantuvo en vilo durante horas, contándoles sus historias
truculentas del Quindío en un italiano inventado por él, y sin una sola palabra
de italiano”
Se fue Álvaro Mutis Jaramillo, el hijo de Carolina y Santiago en
medio del frenesí del D.F. esa enorme ciudad que lo acogió y le dejó las
huellas del Palacio Negro, la terrorífica Lecumberry, que no solo le afinó su
sentido crítico de la vida sino que lo elevó a las alturas de las celebridades
de la literatura universal y en su recuerdo siempre quedó mi Quindío del
alma lo que animó mi amor por su pasión de marinero irredento y por leer con
frenesí sus obras que de una u otra manera me han dejado una huella que me
acompañará hasta cuando llegaremos también a esa nube negra del no retorno
para quedar de nuevo en esa nada espuria de la nada incierta.
Armenia, septiembre 22 de 2013
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal