LA CALLE REAL...JOHN JARAMILLO RAMIREZ
LA
CALLE REAL
JHON
JARAMILLO RAMÍREZ
BEATO EN PROCESO DE CANONIZACIÓN
Gilberto Montalvo Jiménez
Edición febrero de 2016
Nadie lo puede confundir.
Cuando llega a un sitio público previamente invitado o por azar, llena el
espacio con su grandilocuencia que no pasa inadvertida por quienes estén a su
lado.
Se sabe la historia de Armenia y del
Quindío al derecho y al revés la que dejó en un libro de rebrujo donde recoge
todo los chismes de la parroquia y en el que no salen bien libradas algunas
beatas que han sido sus amigas de toda la vida
ya en tertulias familiares o en confidencias rutinarias.
Jhon Jaramillo canta los himnos en los
actos públicos con voz estentórea y henchido de orgullo da ejemplo proverbial a
las nuevas generaciones que disimulan o
hacen caso omiso de las artes emblemáticas de
nuestra idiosincrasia.
Fue fumador empedernido de tres
cajetillas diarias de cigarros mentolados las que consumía sin ningún recato en
donde fuere y frente a quien por desgracia ocupase un lugar cercano a sus
bocanas de humo electrizante que deleitaba con cierto aire de suficiencia,
porque si algo lo ha caracterizado, es su singular personalidad que como dicen
los mexicanos jamás se sabrá rajar.
A pesar de que de algún tronco
familiar le viene un radicalismo a ultranza y sus antepasados han preferido el
cementerio Libre de Circasia para que depositen sus mortales restos, él es más
bien un sacristán mayor con cara de obispo imberbe, obviamente sin tonsura y
con el alegato de que puede ejercer lo que le venga en gana sin pedir permiso o
licencia episcopal.
Fue el padre natural de la Virgen
Dolorosa, la que vestía con curia cada año apoyado por algunas señoritas de
bien y uno que otro laico que debieron resignarse a escuchar sus consejos y
muchas veces elocuentes regaños porque de ninguna manera nadie se atrevía a
contradecirle por la suerte de su “novia”.
Hace ya varios años por cuenta de un
obispo demencial con cara de diablo y peroratas en desuso de anacrónico vaticanismo lo divorciaron de hecho, sin explicación
alguna, como siempre pasa con las bulas, y dejaron viuda de verdad a la
verdadera viuda más legendaria de Armenia.
Pero como siempre le importó un
carajo.
Si bien lo tienen en cuenta y es
necesario, además, en cuanto trabajo cívico haya en estos entornos no le gustó el servicio público como régimen habitual
porque le genera pavor reverencial a recibir órdenes y más bien prefiere darlas.
Albaestella Buitrago, alcaldesa de
entonces, como mucha gracia para reconciliarse con la “sociedad”, lo nombró
secretario de cultura y turismo pero al primer intento de contradicción mandó
para los infiernos el cargo y nunca regresó a su elegante oficina de la calle
20.
Fue el ideólogo del desfile del Yipao,
menester que es propio de la región y de gran reconocimiento nacional e
internacional, suceso que le ha dado renombre.
Con Luis Fernando Ramírez Echeverry,
de los otros Ramírez como él diría, formó una dupla en el Centenario de Armenia
apoyada por Lucas Grajales de los
Ríos y algunas cenicientas, y por mandato supremo del alcalde Fabio Arias
Vélez, les llegaron largas para que hicieran y deshicieran y a fe que lo
lograron, historia que escribieron y que no se olvidará porque fueron
fundamentales al entregarle a la
comunidad que se interesó por el evento toda una gama de certámenes que hoy pueden
ser recordados con entusiasmo.
Es fino al hablar, elegante en el
vestir y no disimula exóticas lociones que seguramente le regalan sus
entrañables amigas que viajan al exterior de cuando en cuando.
Jhon Jaramillo ha sido también un
viajero consumado, parece ave sin rumbo y no se le ha quedado rincón del mundo
que no haya visitado siempre en compañía de sus alegres muchachas que lo consideran un bien necesario por su acuciosidad
y buenas maneras.
Dueño de una colección de pesebres
singular, inspirada por una devoción clandestina por San Francisco de Asís, la
fue recolectando en tiendas de fina marca en sus frontis o en mercadillos de artesanos pobres en cualquier
rincón del universo.
Sólo él sabe quién o quiénes serán los
depositarios de esta reliquia el día que dios se apiade de él y ojalá el día esté lejano.
Tiene una soltería bien administrada
que le ha permitido no rendirle cuentas a nadie aunque su señora madre, de
alcurnia natural, era la única que le llevaba la contraria de vez en cuando
siempre al amparo de su eterno amor filial que aun después de varios años de
muerta conserva intacto.
No tiene muchos amigos pero los que
por fortuna lo frecuentan admiten que es detallista, sin exageraciones, aunque
en oportunidades tímido, defectico que disimula
tranquilamente en reuniones de más de cinco personas.
Sabe hacerse críticas que van desde
descalificar su protuberante calvicie, conservada con esmero porque nunca ha
dejado que surjan esos asomos que se forman alrededor de la parte baja de la
cabeza en los límites con el cuello. Eso
jamás. Nadie sabe si Jhon Jaramillo tiene barbero propio o diariamente en ese
espejo inmenso que cuelga en su elegante
baño le sirve de confidente para realizar los malabares suficientes para
mantenerse bien acicalado para la diaria exposición ante sus contertulios.
Lola Jaramillo, la virgen de devoción
auténticamente quindiana, fue su novia, esposa y confidente y aunque fue despojado
de sus esponsales, dicen que a su
muerte, según voluntad testamentaria oral, pasará a manos legítimas que él solo
escogió. Los ciento diez años bien
cumplidos de la Dolorosa esperarán de seguro ahora en semana santa otro
recorrido invernal por la carrera trece sin la oratoria sacramental del
inefable obispo sin tiara y sin báculo.
Franco, frentero, sin agua en la boca,
como dicen sus amigas de dedo parado y que solo viven del Parque Sucre hacia
arriba porque aunque goza de sencillez reconocida no se le conocen
allegadas que moren en otras partes de la ciudad.
Vivió muy cerca de Juan, su señor
padre, un hombre bueno y libérrimo de singular estirpe con quien pasaba algunas
horas charlando de lo divino y de lo humano.
Juan se fue también hace unos
años y la soledad acompañada de Jhon
quedó ahí.
Es rico en aventuras. Sus largos
viajes y anécdotas son patrimonio que subyace en su privilegiada memoria y
aunque nunca le han faltado los buenos denarios los sabe invertir en cachacura
y en uno que otro obsequio para los más cercanos.
No cabe duda que John Jaramillo
Ramírez, pegado a una bala de oxigeno por los estragos innecesarios de las tres
cajetillas diarias de cigarros, es un personaje querido por toda la sociedad
que lo considera un patrimonio vivo por su innegable inteligencia, don de
gentes y refinada erudición.
Quien quiera meterse de lleno por los
vericuetos de la historia regional tiene en este maravilloso personaje una
cantera de conocimiento y cultura general sin dejar de ser un beato vivito y
coleando en proceso de santificación.
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Qué cincuentenario del Quindío se hubiese programado de
la mano del beato mayor
2 Comentarios:
Jhon Jaramillo, el hombre que afirma que el gentilicio de "armenita" suena a remedio, es una de esas estampas conservadas en medio de bolas de naftalina, y enteras en medio de las polillas.
"Recordar es vivir " Buen homenaje, a quien esta manana se fue y Dios lo cuidara.
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