lunes, 15 de febrero de 2016

LA CALLE REAL...JOHN JARAMILLO RAMIREZ

LA CALLE REAL

JHON JARAMILLO RAMÍREZ


BEATO EN PROCESO DE CANONIZACIÓN

Gilberto Montalvo Jiménez


Edición febrero de 2016


Nadie lo puede confundir. Cuando llega a un sitio público previamente invitado o por azar, llena el espacio con su grandilocuencia que no pasa inadvertida por quienes estén a su lado.


Se sabe la historia de Armenia y del Quindío al derecho y al revés la que dejó en un libro de rebrujo donde recoge todo los chismes de la parroquia y en el que no salen bien libradas algunas beatas que han sido sus amigas de toda la vida  ya en tertulias familiares o en confidencias rutinarias.


Jhon Jaramillo canta los himnos en los actos públicos con voz estentórea y henchido de orgullo da ejemplo proverbial a las nuevas generaciones  que disimulan o hacen caso omiso de las artes emblemáticas de  nuestra idiosincrasia.


Fue fumador empedernido de tres cajetillas diarias de cigarros mentolados las que consumía sin ningún recato en donde fuere y frente a quien por desgracia ocupase un lugar cercano a sus bocanas de humo electrizante que deleitaba con cierto aire de suficiencia, porque si algo lo ha caracterizado, es su singular personalidad que como dicen los mexicanos jamás se sabrá rajar.


A pesar de que de algún tronco familiar le viene un radicalismo a ultranza y sus antepasados han preferido el cementerio Libre de Circasia para que depositen sus mortales restos, él es más bien un sacristán mayor con cara de obispo imberbe, obviamente sin tonsura y con el alegato de que puede ejercer lo que le venga en gana sin pedir permiso o licencia episcopal.


Fue el padre natural de la Virgen Dolorosa, la que vestía con curia cada año apoyado por algunas señoritas de bien y uno que otro laico que debieron resignarse a escuchar sus consejos y muchas veces elocuentes regaños porque de ninguna manera nadie se atrevía a contradecirle por la suerte de su “novia”.


Hace ya varios años por cuenta de un obispo demencial con cara de diablo y peroratas en desuso de anacrónico vaticanismo  lo divorciaron de hecho, sin explicación alguna, como siempre pasa con las bulas, y dejaron viuda de verdad a la verdadera viuda más legendaria de Armenia.


Pero como siempre le importó un carajo.


Si bien lo tienen en cuenta y es necesario, además, en cuanto trabajo cívico haya en estos entornos  no le gustó  el servicio público como régimen habitual porque le genera pavor reverencial a recibir órdenes y más bien prefiere darlas.


Albaestella Buitrago, alcaldesa de entonces, como mucha gracia para reconciliarse con la “sociedad”, lo nombró secretario de cultura y turismo pero al primer intento de contradicción mandó para los infiernos el cargo y nunca regresó a su elegante oficina de la calle 20.


Fue el ideólogo del desfile del Yipao, menester que es propio de la región y de gran reconocimiento nacional e internacional, suceso que le ha dado renombre.


Con Luis Fernando Ramírez Echeverry, de los otros Ramírez como él diría, formó una dupla en el Centenario de Armenia apoyada  por Lucas Grajales de los Ríos  y algunas cenicientas, y  por mandato supremo del alcalde Fabio Arias Vélez, les llegaron  largas  para que hicieran y deshicieran y a fe que lo lograron, historia que escribieron y que no se olvidará porque fueron fundamentales  al entregarle a la comunidad que se interesó por el evento toda una gama de certámenes que hoy pueden ser recordados con entusiasmo.


Es fino al hablar, elegante en el vestir y no disimula exóticas lociones que seguramente le regalan sus entrañables amigas que viajan al exterior de cuando en cuando.


Jhon Jaramillo ha sido también un viajero consumado, parece ave sin rumbo y no se le ha quedado rincón del mundo que no haya visitado siempre en compañía de sus alegres muchachas  que lo consideran un bien necesario por su acuciosidad y buenas maneras.


Dueño de una colección de pesebres singular, inspirada por una devoción clandestina por San Francisco de Asís, la fue recolectando en tiendas de fina marca en sus frontis  o en mercadillos de artesanos pobres en cualquier rincón del universo.


Sólo él sabe quién o quiénes serán los depositarios de esta reliquia el día que dios se apiade de él y ojalá  el día esté lejano.


Tiene una soltería bien administrada que le ha permitido no rendirle cuentas a nadie aunque su señora madre, de alcurnia natural, era la única que le llevaba la contraria de vez en cuando siempre al amparo de su eterno amor filial que aun después de varios años de muerta conserva intacto.


No tiene muchos amigos pero los que por fortuna lo frecuentan admiten que es detallista, sin exageraciones, aunque en oportunidades tímido, defectico que disimula  tranquilamente en reuniones de más de cinco personas.


Sabe hacerse críticas que van desde descalificar su protuberante calvicie, conservada con esmero porque nunca ha dejado que surjan esos asomos que se forman alrededor de la parte baja de la cabeza  en los límites con el cuello. Eso jamás. Nadie sabe si Jhon Jaramillo tiene barbero propio o diariamente en ese espejo inmenso  que cuelga en su elegante baño le sirve de confidente para realizar los malabares suficientes para mantenerse bien acicalado para la diaria exposición ante sus contertulios.


Lola Jaramillo, la virgen de devoción auténticamente quindiana, fue su novia, esposa y confidente y aunque fue despojado de sus esponsales, dicen que  a su muerte, según voluntad testamentaria oral, pasará a manos legítimas que él solo escogió. Los ciento diez  años bien cumplidos de la Dolorosa esperarán de seguro ahora en semana santa otro recorrido invernal por la carrera trece sin la oratoria sacramental del inefable obispo sin tiara y sin báculo.


Franco, frentero, sin agua en la boca, como dicen sus amigas de dedo parado y que solo viven del Parque Sucre hacia arriba porque aunque goza de sencillez reconocida no se le conocen allegadas  que moren en  otras partes de la ciudad.


Vivió muy cerca de Juan, su señor padre, un hombre bueno y libérrimo de singular estirpe con quien pasaba algunas horas charlando de lo divino y de lo humano.
Juan se fue también hace unos años  y la soledad acompañada de Jhon quedó ahí.


Es rico en aventuras. Sus largos viajes y anécdotas son patrimonio que subyace en su privilegiada memoria y aunque nunca le han faltado los buenos denarios los sabe invertir en cachacura y en uno que otro obsequio para los más cercanos.


No cabe duda que John Jaramillo Ramírez, pegado a una bala de oxigeno por los estragos innecesarios de las tres cajetillas diarias de cigarros, es un personaje querido por toda la sociedad que lo considera un patrimonio vivo por su innegable inteligencia, don de gentes y refinada erudición.


Quien quiera meterse de lleno por los vericuetos de la historia regional tiene en este maravilloso personaje una cantera de conocimiento y cultura general sin dejar de ser un beato vivito y coleando en proceso de santificación.


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Qué cincuentenario del Quindío se hubiese programado de la mano del beato mayor 




2 Comentarios:

A la/s 15 de febrero de 2016, 6:50 p.m., Blogger ALKANTANO dijo...

Jhon Jaramillo, el hombre que afirma que el gentilicio de "armenita" suena a remedio, es una de esas estampas conservadas en medio de bolas de naftalina, y enteras en medio de las polillas.

 
A la/s 27 de abril de 2022, 7:02 a.m., Blogger VALCAS dijo...

"Recordar es vivir " Buen homenaje, a quien esta manana se fue y Dios lo cuidara.

 

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