LA CALLE REAL EN AGOSTO NOS VEMOS
LA CALLE REAL
EN
AGOSTO NOS VEMOS
(Gabriel
García Márquez)
Gilberto Montalvo Jiménez
Afortunado
el momento en que se decidió, bien por honrar la última obra de nuestro inmenso
Nobel y su descollante inteligencia narrativa o la avaricia metálica de sus
herederos, no importa cuál hubiese sido el motivo, lo interesante es que
podemos disfrutar de la narración otoñal
de nuestra máxima gloria de la literatura universal.
Conserva
esta obra póstuma ese encanto natural con la magia y la imaginación de Gabriel
García Márquez, por supuesto, sin pretender compararla con su descollante y antañona literatura que honrará por siempre las letras castellanas.
El
autor es tan exuberante que incluso frente a las críticas sobre la calidad de la
obra o la demanda de algunos
de los custodios de estos originales que intentaron insinuar haberla dejado sin final, la imperiosa presencia y el trabajo de filigrana de su
editor Cristóbal Pera, hombre que conocía al dedillo los recovecos
intelectuales del Nobel, pudo hacer de esta propuesta al final una obra
contextual y libre de dudas sobre la autenticidad y conservación del estilo cargado de humor negro y de conectividad e ilación dentro de la narración.
Podría
considerarse la obra como la recopilación de seis cuentos cortos que conservan una comunión sin sobresaltos con
una protagonista regodeada de calidad y estilo ya que su origen venía de
intelectuales formados en la música de escuela lo que le permitió crear una
atmósfera de dignidad y sofisticación pese a su inclinación de infiel irredimible,
seguramente al azar, para acostarse en
camas prestadas con incógnitos machos cabríos encontrados a la topa tolondra el
día en que cada agosto iba a la isla caribeña a llevarle gladiolos a la tumba
desvencijada de su madre muerta.
Gabriel
García Márquez siempre cuidadoso en sus narraciones no obvió nada para crear un
aire donde no podía faltar su Caribe y los retozos naturales de los
encuentros furtivos de una dama con estabilidad emocional en su hogar pero que
al final la soledad, esa amiga que puede inducir a ciertos requiebros, la llevó
a los brazos de un primer desconocido, entre muchos otros, el que huyó del teatro de los acontecimientos
confundiéndola con una prostituta a quien canceló los servicios de manera
subrepticia con un estipendio humillante de 20 dólares dejado oculto en un
libro sin que la destinataria se enterara del enojoso asunto que solo un tiempo después advirtió de manera tardía cuando era irremediable la vejación infringida.
El irrefrenable humor del Nobel usado con maestría en esos agostos tranquilos con brisa tenue y
gaviotas revoleteando por doquier, como escenario natural, daban las condiciones
para esos amores furtivos al alcance de situaciones embarazosas que hiciesen
sentir en carne del lector la naturaleza humana y sus inclinaciones propias y con desparpajo sin más recato que un buen
licor, baile , música y pasión.
Aprovechó
Don Gabriel para retomar su influencia faulkneriana, como era su usanza, además de sus grandes escritores y lecturas de
cabecera para imbricarlas en los textos, por eso no dejó por fuera El Lazarillo
de Tormes, El Viejo y el Mar o su extremada admiración por Camus
con su favorita : El Extranjero.
Y
qué decir de Drácula de Stoker que la consideraba una maravilla para atemorizar a insomnes
con sus amagos sangrientos.
Navegaron en la narración sus afectos por Celia Cruz, Elena Burke y por
supuesto Agustín Lara o aquellos danzones cubano-mexicanos que fueron siempre
tan cercanos a la bohemia del Nobel.
Incluso, introdujo dentro de sus textos una cita de Debussy convertida en boleros o bien Mozart o Schubert, en fin toda una magia
que enriquecía cada línea, cada texto, cada párrafo que habilitaba con
particular sinceridad también con fondos
de charlestón y su infaltable Rajmáninov.
En las descripciones
de los deslices y fantasías de la protagonista en medio de una evocación del
cine, su gran pasión, no pudo escapar Francis Ford Coppola compinche
del Nobel.
Invertir
el tiempo en esas 122 páginas de la última novela del Nobel colombiano
es ganar fascinación frente a un monstruo de la narración en el lenguaje profundo y purista en nuestra lengua castellana.