JOSÉ BARROS... UN CHIMILA REDENTO
ARMENIA
MARZO 21 DE 2015
A LOS CIEN AÑOS DEL
NACIMIENTO DEL GENIO DE EL BANCO, MAGDALENA
Gilberto
Montalvo Jiménez
|
José Benito Barros Palomino |
Lleva
con orgullo mestizo ese Chimila por dentro, ancestral de ADN puro mezclado con titán
de Brasil en una cofradía genética que diseñó un ser extraño, fuera de lo común,
introvertido y genial.
Cuando
García Márquez, el inmenso, retozaba con sus íntimos al calor de un ron y una
cumbia de tarareo, exclamaba sin aspavientos que nuestro idioma no podía ser más
precioso si un inspirado vate escribía con absoluta tranquilidad “Ya no cruje
el maderamen en el agua”. Era una exaltación a José Benito Barros, el más
grande y completo músico para muchos de nuestro país.
“Yo
no soy músico…soy compositor” decía con su voz de barítono medio cuando se le
inquiría por su capacidad para plasmar en notas y versos cosas tan bellas como
Las Pilanderas o el Gallo Tuerto o Momposina. Vaya inspiración.
Algo
debe tener esa zona meridional del Magdalena y mucho más cuando los ríos Cesar
y Magdalena se cruzan en una sinfonía de bellos oleajes que dejan rumores
clandestinos al susurro de enamorados o al deleite de bailarines improvisados
para que se hubiera parido cerca de sus riberas al gran José Barros.
Asiento
de baqueta en puerta de casa de
bahareque era el trono habitual de un hombre enjuto con cara de Gandhi y
expresión corporal de avestruz recién nacida.
Un
lenguaje espontáneo sin ribetes de campanillas idiomáticas eran sus palabras
sueltas para la conversación o para plasmar en pedazos de hojas de viejos cuadernos lo que serían las canciones mejor
elaboradas de la antología musical colombiana.
Charlie
Figueroa le pedía canciones con un interés de joven cercano a la muerte
convencido que había encontrado el patrocinio musical ideal de José Barros para
alargar su carrera de bohemio irrefrenable. No pises mi camino, Busco tu recuerdo, Negra Fatalidad o A Buen Precio,
entre otras, fueron las obras que inmortalizaron al boricua quien abandonó este
terreno mundanal a los 28 años. Quedó para siempre gracias a la pluma exultante
del gran compositor colombiano.
Itinerante,
Barros, anduvo por toda la geografía de su país y migró a países ignotos a
buscar toda suerte de alquimias las que le fueron negadas por la fortuna de los
paraísos monetarios del hombre pero que por fortuna le fueron acicalando una
memoria prodigiosa y un verbo natural que encantaba sin especulaciones.
De las
hambrunas patrocinadas por su rebeldía innata nacieron las cumbias, pasillos,
tangos rancheras, boleros, danzas y porros que se convirtieron en piezas de
suyo antológicas en un país de músicos y excelentes compositores.
Qué me dejó tu amor
que no fueran pesares?
Acaso tú
me diste
tan solo un momento de felicidad?
Qué me dejó tu amor?
Mi vida se pregunta
y el corazón responde:
pesares, pesares.
Y el
corazón responde:
pesares, pesares.
La
primavera de mi corazón
contigo no tuvo perfumes
y hasta la propia vida
se me fue llenando de desilusión.
Qué me
dejó tu amor?
Mi vida se pregunta
y el corazón responde:
pesares, pesares.
Y el corazón responde:
pesares, pesares.
Esta
pintura real de alma y contenido natural fue producto de un intento para dejar
de aguantar hambre en Medellín. En una humilde pensión de inquilinato encerrado
con las tripas pegadas por la falta de alimento hizo por primera vez un
esfuerzo de inmiscuirse en la música andina y quedó lapidario para siempre con el que participó en
el concurso del pasillo del año en la capital de la montaña, tierra de músicos
y compositores de élite.
Llevó
su trabajo con el resultado inmenso de Pesares y ganó. Las penurias se aminoraron por
un tiempo y su nombre se disparó como un cohete al infinito musical y ahí se quedó para siempre.
El
viejo cuento conocido pero no por tal
hermoso en 1962 en un cafetín aledaño a las oficinas de Caracol en Bogotá dio
mate a lo que sería su relumbrón total: La Piragua. Pedía como misionero en
trance a sus amigos de tertulias palabras en donación o prestadas para la rima. Incluso allí nació el ficticio
nombre de Pedro Albundia. Este personaje solo existió en la imaginación de José
Barros para darle contexto rítmico a las estrofas de su majestuosa cumbia. Y de
ahí no ha habido cantante sobresaliente u orquesta de pergaminos que no haya incluido
en su repertorio La Piragua de Guillermo Cubillos.
El
compadre Gabriel Rumba Romero lo consagró con los Black Stars. El resto todos
lo sabemos.
Se
necesita ser un genio para que a partir de la presencia de un extraño de la sabana
cundiboyacense llamado Guillermo Cubillos y quien hizo empresa construyendo una
piragua, naciera una dimensión artística de la naturaleza de la obra de Barros.
No
escapó a la intención de andariego y se
metió de narices a las minas de Segovia en Antioquia a buscar lo que no se le había perdido pero encontró una reumática
parálisis en los miembros inferiores que le dejaron un caminar cansino por secula seculorum. El
maestro era de extremos. Picaba aquí y allá para buscar el sustento, lo único
que no dejó en parte alguna fue su estro que lo acompañó hasta el final de sus días.
Estampas
cotidianas de un gallo tuerto, el vuelo interminable de un chupaflor, una llorona
loca que se apareció en Tamalameque, la dancística expresión de una cumbia sin
par dedicada a la Palmira señorial y una momposina que no se sabe si era de
allí o venía de su Brasil ancestral. Plasmadas todas con el exquisito lujo de
un inventor de sabiduría popular. No hay nada que más inmortalice a un ser
humano que la sintonía con un pueblo a través de su arte. José Barros Lo logró.
Por
ahí pasan ligeronas las notas y la letra de un viejo amigos de todos: “arbolito
de navidad que siempre floreces los 24 no le vayas a dar juguetes a mi cariñito
que es muy ingrato” impronta de Barros interpretadas en dos versiones
incunables la de Lucy Figueroa y otra magistral de Tito Ávila.
Qué decir de un Tito Cortez interpretando:
Ay clavelito rojo, que llevo aquí en mi pecho.
Vas pregonando amores, amores maternales
Yo te llevaré siempre en el fondo de mi vida,
Como un recuerdo santo de mi madre querida.
Como un recuerdo santo de mi madre querida.
Mi pecho lanza un grito, al cielo una mirada
Para pedirle a Cristo. Cristo bendito Dios.
No te lleves mi madre mi madrecita buena
Mi madrecita santa que mitiga mis penas.
Mi madrecita santa que mitiga mis penas.
Ay clavelito blanco, que en los pechos heridos
Vas llevando amarguras de un amor ya perdido
Pobres los que lo llevan, sin madre en este
mundo.
Cuando pienso en la mía lloro y me confundo
Cuando pienso en la mía lloro y me confundo
Las madres son tesoro de un corazón herido.
Los hijos son el fruto del árbol de la ilusión
El que la tenga viva debe quererla mucho
Y el que la tenga muerta, rezarle una oración
Y el que la tenga muerta, rezarle una oración
Clavelito
Rojo, si señores! del maestro José Benito Barros Palomino.
Si,
este hombre que hoy estaría cumpliendo 100 años es un genio y es porque no ha
muerto,
Armenia
marzo 21 de 2015