LA CALLE REAL
Armenia,
septiembre 1 de 2015
LA
SONATINA DE GUILLERMO RODRIGUEZ
Gilberto
Montalvo Jiménez
No
sorprendió escuchar al periodista Guillermo Rodríguez Muñoz en La Banda Sonora
de Caracol, pues esta se ha constituido en un laboratorio del aire donde a
través de las canciones se desnudan los
sentimientos, las pasiones, los amores y las veleidades de personajes que de otra manera no les hubiésemos conocido en
lo más profundo de sus intimidades.
La
música desnuda y la interlocución de Adriana Giraldo con delicadeza de
acupunturista oriental va metiéndose en
el rancho de su invitado para esculcarle de manera sutil sus más íntimas
pasiones.
El
momento fue oportuno para desnudar a Don Guillo el comunicador por excelencia,
el cronista nato, el reportero sensato y
la voz de los toros o de los curas o de los diplomáticos, bien, la sonora
cadencia de sus interpretaciones periodísticas. La voz de todos.
Guillermo
Rodríguez, es lo que llamaban los antiguos “una caja de música” matiza con
lujuria de encantador cualquier tema que lleva al extremo del delirio por las
carantoñas idiomáticas permitidas y por la excelsitud de su lenguaje y la
maestría en la ilación de frases y contenidos.
Guillermo
no para en recordar sus inicios en el Barrio La Perseverancia, del que se
siente orgulloso, y los retozos hogareños de esa Bogotá de los cincuenta cuando
aun se podía hablar y los dedos no se habían convertido en paliques sin
sensibilidad los que hoy solo sirven para digitar celulares en toda parte y a
cualquier hora.
Suaviza
el entorno radial Don Guillo, estremece, para sacudir su cana melena que casi llega hasta los hombros.
Terrígeno,
amante de su patria ancestral, se despacha con Lucho Bermúdez cuando entona con
pasión ‘Colombia Tierra Querida’ y evoca su tierra, antagoniza un momento y con
lucidez imbrica a los románticos de aquellos años en que un puñado de
mozalbetes se fueron al monte a echar tiros para cambiar el statu quo.
Hay
coherencia. Exalta a Lucho Bermúdez y de paso
da crédito a doña Matilde Díaz, su compañera de todos los días, y lo
vuelve un monje divinizado por su origen en Carmen de Bolívar y se despacha
comunicando, como el mejor, los momentos estelares del maestro en La Habana,
Buenos Aires, Nueva York.
Con
mi madre escuchaba los programas de Radio Santafé y ahí estaba el maestro,
sintetiza Don Guillo.
Guillermo
ennoblece a Lucho y lo compara con Lecuona o con Bebo Valdés. Tiene razón, fue
tan grande como ellos. Y no se queda ahí. Ilustra, para quienes no lo saben,
cuenta que no solo compuso cumbias sino que hizo magistralmente pasillos,
bambucos, porros, boleros. Ahí marca Rodríguez Muñoz su terreno con el conocimiento musical del
paisano aquel.
'Este
Viento Amor', refulge con la distancia el amor por las canciones de nuestro
calarqueño Nelson Osorio en las voces de Ana y Jaime. “Están mayorcitos, ya
deben tener nietos”, asegura con deje de nostalgia.
Se
enternece con lo que se llamaba música de protesta y es menester recordar a
Pablus Gallinazus, a Gonzalo Arango, ese
noble loco y poeta y matiza con su cultura al señalar la incidencia de Jean
Paul Sartre en estos revolucionaros de la época. No solo son las canciones sino
el contexto del momento la lucidez de Rodríguez Muñoz.
“Éramos
rebeldes y queríamos cambiar al mundo” Devorábamos muchos libros, evoca la
revista Eco y para un instante y con añoranza
se perpleja al recordar los esténcils y la tinta negra que corría
rauda por las manos. Oh, Guillermo de
anacronismos vivientes.
Cae
como del cielo Consuelo Velásquez, la maestra, hermosa, diva, talentosa y
sensual. La pianista que devoro con sus encantos a toda la América con su
Bésame Mucho y enamoró a Mariano Rivera Conde el dueño de la pelota en el siglo
pasado desde los estudios de la RCA de México.
Pero
descubre Guillermo a este talento con 'Yo no Fui', momento ideal para traer a
la memoria la presencia de Pedro Infante con sus especiales caricaturas en el
cine del México de los cincuenta. “Ahora la conocen por Pedrito Fernández, pero
no saben que el original es este, el de Pedro Infante” asegura con firmeza de
pedagogo el gran Don Guillo.
Y
viene la cátedra. “Nos nutrimos con nuestros abuelos del cine mexicano, parte
de nuestra sensibilidad era adobada por las lágrimas recurrentes de Libertad
Lamarque y la omnipresencia de Pedro Infante, Jorge Negrete o Joaquín Pardavé. Llorábamos en
coro en las películas del Teatro Apolo o el Cine México".
Las
chupetas, esos dulces de colores, que consumíamos junto a las crispetas, Ah,
recuerdos aquellos.
Cuando
no había los cincuenta centavos para la entrada los favorecidos por la fortuna
ingresaban al cine con el compromiso de contar posteriormente al grupo de
chicuelos la película. Ahí comenzamos a narrar historias, aduce.
No
podía faltar en el vademécum musical de
Guillermo Rodríguez el inmaculado Louis Armstrong. Con legitimidad reivindica
las luchas de los negros al sur de los Estados Unidos en New Orleans.
“Desde
los algodonales, precioso destino con las manos encallecidas, salían a producir
esos lamentos que se fueron convirtiendo en el Jazz que después colmó la
saciedad musical de Europeos y de todo
mundo".
Louis
Armstrong, ídolo, con su pastosa voz gracias al kilometraje de coñac lo seduce.
“What a Wonderfull World “apasiona a Guillermo,
lo lleva y lo trae y lo inhabilita por un instante. Revierte el dilema Adriana
Giraldo que se encanta una y otra vez con la precisión de la narración del
maestro.
Lo
aterriza y quiere saber por qué su pasión por la radio.
Una
novia dice con picardía Guillermo Rodríguez. Me indujo a la lectura y a escuchar la HJCK. El inolvidable Rodríguez Silva anunciaba con su tono de
tenor las canciones, los blues y la noche del jazz. Esa magia se me quedó en el
interior y de allí nunca saldrá, dice fascinado Don Guillo.
Profesa
una devoción casi religiosa por Yamid, el viejo Yamid, lo llama con respeto.
“Ustedes llegan a las cinco de la mañana y no saben a qué hora van a salir
porque la noticia no tiene horario, decía el Viejo.
Fue
mi maestro, a veces se le iba la mano, pero…..Monitor mi escuela con Álvaro
Galindo desde Roma o Pedro Clavijo en
Moscú.
La irreverencia de Galindo desde Roma era tal
que “en estos momentos llega la reina Isabel de Inglaterra, pero aquí a nadie
le interesa Yamid, ahí te dejo porque me voy a almorzar” Se crispaba el
Viejo…fantasea Guillermo Rodríguez.
Se
habilita Adriana Giraldo y deja sonar de la lista casi quirúrgica de Guillermo.
“Déjame
que te cuente limeña….déjame que te diga la gloria…” Frena y salta como un
chapulín Don Guillo para con irrefrenable frenesí catapultar a las alturas a la
gran Chabuca Granda. 'La flor de la canela'
Dice
con erudición que ese Lima remoto para entonces le había llegado a través de
los libros y la condescendencia con el amor que producen las canciones de
Chabuca.
Aunque
la exitosa compositora limeña hace esta preciosa canción en el año 1952 cuando
todavía la capital del Perú era virreinal y señorial, Rodríguez Muñoz va al
sitio y se lleva una decepción: El puente del rio y la alameda, un lugar poco
admirable y el parquecito feo. Dice sin
inmutarse. Pero rescata nuevamente el amor que deja en el “alma las lisuras”
las mismas que en cualquier momento hay que devolver al ser amado. A todo le
saca el jugo literario el periodista de los canónigos, diplomáticos y los taurófilos.
Una
idea de la formación integral de Guillermo Rodríguez se produce en
su casa con unos padres abiertos a toda la confrontación intelectual.
Su madre
al igual que las matronas francesas del siglo XIX, le leía con fruición cada
semana capítulo por capítulo las narraciones
de Gabo en El Espectador sobre la
historia de su marinero del naufragio aquel. No ahorró ninguna lágrima porque la
sensibilidad salía a borbotones.
Qué evocación
más hermosa la de Guillermo Rodríguez cuando recuerda al Mono Muñoz el padre
del gran actor Carlos Muñoz en sus
veladas de títeres en el Parque
Nacional, la misa en Latín, antes del Concilio Ecuménico de Juan XXIII y se explaya contando cómo la
misa se decía en ese extraño lenguaje y
de espaldas a la grey.
Es
muy cercano a narrar sobre sus raíces y bendice el amor desde el primer abrazo
a la madre o al primer beso enamorado. “Yo pensaba que los besos se daban con
los labios cerrados y no era así”
subraya. Algo de inocencia deja en el trasfondo el interlocutor de Adriana
Giraldo en esta Banda Sonora.
Aparece
de sorpresa en la Banda de Guillermo “Running in the reivers”, la música
de esa película loca de los cincuenta,
un tanto color rosa, ya finalizada la segunda guerra mundial. Un pretexto de Guillermo
para retrotraer la moda de los pantalones cortos de los muchachos de entonces.
Las piernas peludas a la exposición de
las miradas inquisidoras de las mayorcitas. Pero lo más importante es que la
inspiración de la cinta fue a partir de William Faulkner. Uno de sus ídolos, padre de la narración auténtica y del periodismo
de vanguardia. Es la manera magistral como este narrador de vivencias echa mano
de un hecho para contextualizar con
locuacidad su indeclinable amor por la cultura. Ahí está pintada la
verbalidad de Don Guillermo Rodríguez Muñoz.
Hace
una pausa muy pequeña y vuelve a filosofar, Adriana lo deja discurrir…” Los
seres humanos reímos, lloramos nos enfadamos…principios básicos para
sobrevivir”. Filosofía natural.
No
hay nada que más aproxime a los años sesenta que esa oleada de música mexicana
en las voces de César Costa, Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, Angélica María o
Alberto Vásquez, para citar unos pocos.
Y Le
suena la flauta a Guillermo Rodríguez….' Mi cabeza en tu hombro'
Llega
Enrique Guzmán con su almibarada melodía que le hace caer en cuenta a Don
Guillo en los busos de cuello de tortuga y los pantalones bota de campana.
Hace
un paréntesis y como si le llegara cerca la reflexión asegura…”Oye Cesar Costa
ya tiene 73” y sigue tranquilo escuchando una de sus melodías. Eleva a
condición sublime la sutileza de estas
canciones y sus ritmos adormecedores del alma, indica sin disimulo, parecen
noches estrelladas en góndolas en Venecia, o por qué no esos amores
complicados. Regresa el poeta con encanto.
Una
pausa, muy timorata dada la situación y el debate en que se encuentra la fiesta
brava Adriana Giraldo se mete suave, dulcemente podría decirse para indagarle
de dónde sale su afición por los toros.
Con
maestría como si estuviera en Cañaveralejo o en la Santamaría con el cedazo en
la mano, narra apasionado. Vuelve a su barrio la Perseverancia, muy cerca del
Coso santafereño y se despacha. “Los muchachos solían hacer ejercicios de toreo
de salón. Con capotes y muletas en una escuela que quedaba entre las calles 28
y 29, donde hoy hay un edificio muy feo, salían a entrenar". Se emociona de tal
modo que hace malabares guturales sobre
los olés de la muchachada tras la gloria
del traje de luces y la alternativa. Ahí nace su afición por el arte de
Cúchares. Muy parco no se mete en honduras y con su corte caballeril pasa al
otro tema.
Pero imbrica sutilmente su pasión por el toreo y por España…..Suena con redoblar
de tambores y en exultante delicia musical 'Suspiros de España' Qué pasodoble, señor, lo escogió Guillermo con
pinzas para narrar que su compositor lo hizo en honor a esas almendras caramelizadas
en una vieja panadearía de Cartagena en España. Ese gran maestro fue Antonio
Álvarez Alonso. “la hizo en una servilleta en el año 1902".Su memoria está
intacta, y agrega “en 1938 le pusieron la letra como un homenaje al cúmulo de
inmigrantes después de la guerra civil”. Ese autor fue Juan Antonio Álvarez
Cantos, averigüé yo.
No
hace retruécanos pero advierte emoción profunda cuando añora a través de este
pasodoble la fantasía de los colores de la fiesta brava, la magia de jugarse la
vida con un toro hecho para el combate. Frena en seco y le llegan los recuerdos
de Manolo Martínez, Joselillo de Colombia, Pepe Cáceres. Pausa y…
No
podía faltar el Fado….y su reina Amalia Rodríguez, seguramente con un
parentesco lejano por ese Rodrigo que dio origen al patronímico de sus
apellidos.
'La
Casa Portuguesa' No tiene empacho Don Guillermo en entonar, con cierta magia
que no se le conocía, algunos versos de uno de los fados más famosos del mundo.
Tiene afinación y cierto color de voz apropiado para el tema. Al igual que el
tango, Guillermo asegura que el fado es un sentimiento que se baila y vuelve su
cultura a regodear en las hertzianas “iban a la casa cartagineses, árabes,
judíos y se paseaban por las bellas calles de Lisboa buscando la ensoñación de
un cielo estrellado”. Fascinante Carajo!
Se desconecta
y ante la pregunta de la excelente
conductora sobre si también le traía algunos recuerdos de su niñez se despacha
Rodríguez Muñoz “el hombre está en su infancia” y se remite a Nikolai Gogol. Con
su vasta cultura tenía que echar mano de uno de los grandes de la Rusia
intelectual para edulcorar su alucinante exposición. De nuevo el intelectual
surge inmanente sin aspavientos pero con seguridad. Teatro a borbotones.
En
la infancia están latentes los colores,
sentimientos, sueños, tristezas, sonidos. Todo es magia.
Hay
algo que lo hace estremecer cuando se le arguye tan buena disposición
intelectual pese a las carencias en la
juventud. Imponente alza la voz y
advierte en Román Paladino “Pobres de dinero pero no de alma” Punto. Ese es el
maestro Guillermo Rodríguez simple pero universal.
No
podía faltar su afición a lo culto o clásico, como lo llaman.
En
su lista de sonoridades aparece como un embrujo Beethoven y sí 'Cuarteto de
Cuerdas No 15.Opus 132' Vaya…vaya qué fantasía.
Celebra
que el gran músico alemán sea el
romántico por excelencia de los siglos 18 y 19 y retrotrae sus veladas en la
Biblioteca Nacional o la Luis Ángel Arango .
Hay silencio ante la majestuosidad de la composición y aprovecha Guillermo: “Estudié
administración de empresas en la Javeriana, pero estando con Yamid, no se podía
seguir. El Viejo era singular”
Conociendo
a Yamid se sabe que Guillermo no es exponencial ante las exigencias de El
Monstruo…”La noticia es un fantasma
nadie sabe a qué horas llega“
La
sensibilidad musical de Guillermo Rodríguez Muñoz acanalada por la sutileza
profesional de Adriana Giraldo no podía dejar por fuera a la cuna de unas de
las mejores músicas del mundo: Brasil.
Y la remembranza del invitado cunde al traer de la mano a Elis Regina, “Oh
Magdalena” clásica, sutil, enervante.
Nada
se desprecia por parte de Guillermo porque encadenó con gracia la música con Garrincha y Pelé,
la Bosa Nova y el Samba, claro su
cultura es general y qué general.
Le
apasiona Elis Regina por su vida llena de altibajos nacida en el sur del Brasil
y crítica de la dictadura de entonces fue perseguida y humillada. No solo para
el hombre de la Banda Sonora era una magistral estrella de la dulce canción
brasilera sino un icono de rebeldía y pasión. Mas cultura por si fuese poco.
Elis murió muy temprano.
Si
Guillermo no pronunciaba a Cervantes La banda Sonora no habría existido, así de
sencillo, “Donde hay música no hay nada malo” decía el dueño de este castellano
y agrega de su cuño Guillermo “Sin música nada es posible”
Y
ahí para y reflexiona como un chiquillo en remembranzas, se le salta su vena
de la altiplanicie que le vio nacer y
exclama en refinado coloquio ancestral “me gusta toda la música, la universal
pero los pasillos y los bambucos me chiflan”. Un deje nostálgico con un
anacronismo que era usual a mediados del siglo pasado cuando algo o alguien
levantaba las entrañas del alma. Pero bien puesto, en el sitio exacto y el
momento escogido, ese es el auténtico Guillermo Rodríguez Muñoz.
Como
si una sombra se le hiciera al lado no podía faltar Carlitos Gardel. 'Tomo y
Obligo'…mándame un trago, evoca, frunce seguramente el seño y advierte con
nostálgica pasión: “Fue el último tango que cantó El Zorzal en vida” Y vuelve a
su sabana santafereña para con insistente magia recapitular hechos del año 35
narrados con absoluta precisión geográfica cuando nos enternece recordando el Hotel
Granada, “ahí en la Jiménez con séptima donde hoy está el Banco de la República” ahí se alojó Gardel antes de comenzar su periplo hacia la muerte en el aeropuerto
de Las Palmas en Medellín.
No
para en mientes y descarga toda una fluida prosa verbal con la fecha exacta de
la muerte de El Morocho del Abasto “24 de junio de 1935” y como si llegara la
musa del encanto poético comienza a delirar con el desamor, las decepciones,
los desencuentros. Todo lo abarca este tango magistral, añade con lejana
melancolía.
“El hombre
es un fracaso en el amor” piensa y afirma sonoro “no cesa en el amor toda la
vida “. Música, claro, está también para dulcificar el alma, piensa.
Y
cómo está hoy en el amor advierte con fuerza Adriana Giraldo….Paciencia,
paciencia, paciencia…
Por
si fuera poco se va a las honduras. Luis Alcaraz y ‘Viajera’ su clásico monumento,
llega a su Banda Sonora. Pretexto para hablar de las Big Band y por supuesto genera
pensamientos alrededor de Glenn Miller el padre de ese movimiento bandístico en los Estados Unidos de los años 30.
Hace
un susurro y vuelve su voz de barítono sin estrenar “viajera que vas por cielo
y por mar dejando en los corazones, latir de pasión, vibrar de canción y
lalalala…” Todo va unido, es un viaje sentimental lleno de emociones…esto es un
rayo que no cesa carajo, señala Don Guillermo.
Mezcla
de inmediato algo que pareciese a deslugar para recordar a su niña abogada, los
niños son los hijos, deja traslucir sin empacho y asegura sobre su retoño
Guillermo Alejandro, de quien se siente seriamente orgulloso, al decir que está
en la Sorbona haciendo un magister sobra la Amazonía y “mire usted, quiere
además un doctorado” …Uno nunca acaba con los hijos, qué alegría mayor….señala
firme y convincente.
Vuelve
el poeta enseguida hilando frases y conceptos. La paternidad la exalta como la
preciosidad de oír el llanto del hijo, tocar la piel y vuelve a regañar…hoy la
sensibilidad no está en las caricias, está en los dedos en el celular.
La
relación con sus hijos es de cómplice contumaz. Comparten veleidades
culturales, intercambian libros, títulos de obras, se actualizan. Todo gira
alrededor de la intelectualidad. Qué clase social de entendimiento.
Con
mis hijos me siento cómodo dice Guillermo y asegura que se ha cosechado de las semillas sembradas. No hay
duda Maestro.
Salta
desde el misterio a la Banda Sonora de Guillermo Rodríguez el gorrioncillo de París. Edith Piaf y se pasea
con 'El acordeonista'. Ocupa el tiempo añadiendo su rescate de un viejo casete
y esa historia desgarradora de la vida de la gran francesa, sus tragedias, sus
amores y pasiones y sobretodo la conexión que tuvo con el parisino medio de su
época. Es única el Gorrión, afirma con cierto deje de benevolencia paternal.
Guillermo
Rodríguez es una cantera de anécdotas. Claro, un portavoz de sucesos de los
últimos cuarenta años del mundo y de este país le ha dejado vena y concepto.
Le
enternece acordarse de personajes que han pasado por su vida como César Rincón
a quien le da un sitio de privilegio en su listado.
Un
chiquillo del Barrio Santafé con tantas vicisitudes hasta llegar al clímax de
lo mejor del mundo de la Fiesta Brava. Encumbrarse a las élites de la sociedad
madrileña y mimado de las portadas del mundo, para Guillermo es fantasía.
Recuerda
a su compañero de ruta Antonio Caballero con sus encuentros y desencuentros.
Faltaba Más! Y le pone valor a sus cualidades profesionales. Fueron compañeros
de ruta en cubrimientos eclesiásticos y rememora una tarde en un avión con Juan
pablo Segundo de quien recibió un abrazo que aun le enternece el corazón.
Vitalidad y sensibilidad la de Don Guillo.
Suelta
una para enmarcar: En Guadalajara, México, en medio de un encuentro mundial, se
le acercó al Rey de España Don Juan Carlos y este lo cogió del brazo desarmando
a sus guardaespaldas para conversar.
Tema: César Rincón, la admiración del monarca por el hombre común y silvestre
de la sabana colombiana. Y más preguntas sobre Colombia, su pasión por este
país. Guillermo refiere para dejar un testimonio de ética periodística “hubiese
sido importante un registro pero fatal que intentara grabar una conversación
personal con el Rey”. Pintado como es, inalterable.
Cómo
salta de un lado a otro en temas Guillermo Rodríguez.
Como
la mesa está servida con su música es oportuno que reseñe algo maravilloso
jamás escuchado. Le confiesa a Adriana Giraldo, su partner: “Mira, una vez un
músico me dijo, esta guitarra fue un árbol y en ese árbol cantaban los pájaros,
por eso es este lindo sonido .Lloré como
una Magdalena”, asegura. Vuelve su ternura y sensibilidad.
La
música estremece, enternece, y llega a su momento estelar cuando suelta
Guillermo a Carlos Cano, esa preciosa voz que
voló temprano y truena una Habanera, esas canciones de los marineros que
paseaban en sus bergantines cuando salían o regresaban de Cuba.
Canciones
que evocan a García Lorca y su granadina existencia con su corazón joven o en Cádiz
Antonio Burgos por sus estrechas y ensoñadoras calles.
Las Habaneras
son “amor, odios, vinos, juergas” Todo definitivamente. En la música que
escucha se conoce al hombre, aseguro yo.
A Rodríguez
Muñoz le encantan los viajes, le ha dado la vuelta a medio mundo pero recuerda
en especial el Expreso del Hielo, aquel regreso de Gabo a su natal Aracataca a
quien acompañó en un tren lento que salió de Santa Marta y después de dos horas
arribó al pueblo natal de nuestro Nobel.
Un
viaje maravilloso para Guillermo y una lectura que le dejo el camino “Advertí
que el gran Gabo ya tenía el Alzaihmer” se iba descuidando y regresaba como de
un delirio sin causa el hombre que más lustre le ha dado a las letras en esta
contemporaneidad pasajera. Asegura que es un recuerdo bello de su vida este
periplo.
Italia,
culta y avejentada pero risueña y hermosa. Llega despampanante Rita Pavone con
su gracia y su 'Papa con Comodoro'. Una juguetona canción plena de sencillez y
magia en sus notas arriba y abajo. Hace la remembranza de los cocineros y se aferra
Guillermo Rodríguez a un buen pescado con calabacín, las cenas con amigos y el
vino, compartir. Qué mejor que hablar con los amigos hasta la saciedad. Mi plato
fuerte pescado o mariscos pero no desprecio una Bola en Madrid, un Cocido o
Gambas al ajillo y qué tal un ajiaco donde Elvira en la cincuenta en Bogotá o
por qué no una sobrebarriga, pero antes de ordenar un jugo de curuba en leche y
Ala!, me tienes listo un dulcecito de papaya con leche. Basta Ya! Boca hecha
agua. Todo para el invitado es ocasión para ir aquí o allá y traer temas de
todos los colores y sabores. Cultura integral.
Y lejos de percatarse
que se extraviaba por los vericuetos de
la codicia culinaria reconfirma que música y gastronomía son un buen maridaje
como con los vinos. Qué tal el Mono Núñez con el sancocho de Gallina valluno?
Tiene su toque, no!
Como un chapulín
salta en arrebato Bovea y sus Vallenatos. No podía faltar la reverencia por lo
terrígeno y que más secular que el son
magdalenense como primero emergió lo que hoy conocemos como vallenato.
Bovea
paseó por el mundo estas entonaciones que fueron marcando un camino a lo que
posteriormente fue la inclusión del acordeón y que hoy recorre el orbe como la
música más conocida de nuestro país.
Emerge
del numen de Guillermo Rodríguez el recuerdo de los juglares, aquellos
campesinos, de a pie o a caballo, que recorrían las sabanas del norte de
nuestro país llevando tonadas muchas veces de amor, desamor o cantos ligeros
que animaban lo ancestral.
Se
queda mustio el invitado con la inmensa música de Julio Bovea quien con Ángel Fontanilla y el
gran Alberto Fernández recrearon las producciones de Escalona y tantos otros con un sentido
rítmico enorme.
Guillermo
entra en trance ante su interlocutora quien aprende a manejar silencios para
darle tono a la sonatina de este maestro de la cultura y el buen periodismo.
Recuerda
la bohemia como un espacio de retozo intelectual sin exageraciones y después de
una breve pausa trae a la memoria al inmenso León de Greif y lo recuerda con su
pelo desordenado almorzando frisoles en
el restaurante de Los Paisas frente a la antigua sede de su casa,
Caracol, en la calle 19 entre carreras 7 y 8 de su natal Bogotá.
Asegura
Rodríguez Muñoz que le parecía interesante ver al viejo de Greif con novelas de
vaqueros debajo del brazo. Intuyo que eran las famosas de Marcial La Fuente
Estefanía.
Se
aparta un instante del verbo hilarante para caer de nuevo en lo sentimental y
terrígeno. Evoca al maestro Gustavo Adolfo Rengifo, un bugueño, que le ha dado
un nuevo aire a la música andina colombiana.
Pone
al aire “La Cholita” del hombre de la ciudad señora y comienza un despliegue entonado de pasión
por el Concurso del Mono Núñez, evento que ha cubierto en casi todas sus
jornadas.
Oh!
Sorpresa la de Guillermo cuando habla por montones sobre el Festival del Mono
Núñez en Ginebra.
Nunca
se podrá acabar la música andina colombiana, sugiere, si hay niños de cuatro o
cinco años entonando canciones y tocando instrumentos más grandes que ellos,
aduce.
Y
vuelve a su tono un tanto nostálgico al recrear con lucidez la simbiosis entre
la gastronomía y la música. El Mono Núñez y un buen sancocho de gallina con la
sazón valluna., Increíble, aserta.
Dice
con grandilocuencia que se goza el Mono porque hay conversatorios, música en
cada esquina y luego al finalizar tertulia con unos aguardienticos. Qué
emocionante. No hay hoteles y debemos hospedarnos en casas de familias
ancestrales que dan calor y vida y asegura Don Guillo: “lo que gusta no pica”
cuando le advierte a Adriana Giraldo, su interlocutora del aire, que transmitir
horas y horas es una dicha porque está en su salsa.
Una
pregunta de su colega periodista: ¿Guillermo, a qué atribuye su lucidez?
“Es
inconsiente, yo me bochorno fácilmente…pero no, leer todos los días es
fascinante. Estar atento a todo. Sensibilidad.
Un periodista que no tenga sensibilidad no puede serlo. Hay que absorber
todo. Hay que hablar con el cielo y con el infierno, con la señora que pasa
cancina en la calle, con el vendedor de
frutas, con el artesano, con el político, con todo mundo”
Y
aprovecha la cuña Rodríguez Muñoz para exaltar la disciplina que ganó gracias a
la influencia del viejo Yamid, a quien respeta y admira”. Nos educó y formó en este oficio, a veces se
excedía, pero está bien, asegura con tono calmo.
Son
tantas las remembranzas de Guillermo Rodríguez con su Banda Sonora que no
escapa uno que otro refugio intelectual en los
brazos de la viejísima Bogotá cuando la única manera de sobrevivir es
danzar sobre las nubes.
La
cabeza le da vueltas y deja en el ambiente una alusión a Jorge Eliécer Gaitán
que muchas veces en medio de la lluvia subía trotando al Parque Nacional para
luego sentarse a leer en una banca cualquiera.
Suele
añorar a García Lorca y se viene con todo cuando evoca a Venecia, Las Brujas,
Sevilla en España, Córdoba con el misterio de Quevedo, La Alhambra y los
ochocientos años de permanencia de los árabes, Granada y sus callecitas y
vuelve al poeta granadino como
inspiración de musa arrolladora.
Estos
son los sitios que subyacen en la
memoria imborrable de Guillermo Rodríguez. Viajero del mundo pero anclado en
estos lares de Dios.
Y
Zuaaaas…. Caído como del cielo ‘Bola de Nieve’ Ignacio Jacinto Villa, ese
negro acaramelado de Guanabacoa que sentado frente a su piano y engolada voz de
barítono traducía en canciones a Lecuona o a Lara o a Carrillo…o a?
“Soy
un negro social” decía el músico cubano y
enfrenta su historia Guillermo narrando la permanencia de este en Nueva York y
su nacimiento hace cien años en la isla de Fidel. Pone al aire en la
radiodifusora de Caracol un tierno bolero que acaricia ‘Si me pudieras querer’
y suelta una especie de poema que suscita emoción y de manera cantarina asegura
Don Guillo que no hay nada más grande que estar arrodillado por amor. Y
sugiere, qué más amor que los hijos te digan papá y que cuenten sus cuitas. Una
Maravilla!, señala.
Adriana
lo hurga, se le mete dentro y le pregunta por los nietos. Aun no tengo pero el
día que lleguen desearía irme al parque con ellos a comerme un helado de
chocolate, untarme de todo, ser un abuelo, como todos los abuelos y volarme a
buscar las marionetas de Manzur.
Y en
qué cree Guillermo Rodríguez? “Creo en el hombre, tengo fe en el ser humano.
Creo en la bondad y los ojos de una mujer, la sonrisa de un niño, el abrazo de
un amigo". En resumen, iconoclasta, lucido y vertical.
Ya
cerrando el ciclo musical despierta curiosidad la escogencia de un tema de los
años 40 interpretado por Amelita Baltán 'Milonga en ahí menor”',si así como suena. Rezongos de Piazzola. Tango poético
con parafraseo y almendrado.
Guillermo
Rodríguez asocia todo este enjambre de mixturas argentinas con la heredad de
Gardel y retoza en grandilocuente exaltación al afirmar su pasión por el
Santafé y otros argentinos, Resnick, Bebilacqua y Panzuto. Parece un chico de
pantalones cortos deleitándose al aire de su Banda Sonora con piruetas verbales
de calado y contenido.
Ha
llegado el final del concierto musical e intelectual de uno de los mejores
periodistas de este país. Viejo cronista de variopintas guerras, labia
singular, verbo apasionado y aunque pareciese en ocasiones almibarada su
sapiencia es apenas una muestra de todo lo que ha acumulado en su magín.
El,
también, experto en toros ya terminando
su pasaje por la emisora de toda su vida pero ahora del lado del entrevistado
sindica la falta de humanidad de su Bogotá del alma, gime adolorido por ver por
esa carrera quinta cientos de hombres en
desecho durmiendo a la intemperie. Tenemos que cambiar todo esto para que el
mundo sea mejor algún día, dice con indignación clerical y se arruga un tanto
cuando asegura que hay hoteles y salacunas para perros, “ con respeto pero hay
quienes quieren más al perro que a la progenitora, pero qué vamos a hacer”.
Tenemos que volver al hombre, cierra su
cantata Guillermo Rodríguez, ese ciudadano de a pie que aunque cuida
celosamente su privacidad y le sobresale una monumental timidez, nos dejó
entrar en algunas partes de sus nobles entrañas intelectuales y nos esculpió un
testimonio de humildad y precisión vital.